El Hayedo de Tejera Negra nos sorprendió una vez más
La excursión otoñal al Hayedo de Tejera Negra se ha convertido ya en un clásico. A pesar de que algunos conozcamos casi de memoria la Senda del Robledal y de que la Senda de Carretas esté casi impracticable por la cantidad de gente que hay, siempre merece la pena una visita a nuestro Hayedo.
Pues bien, el pasado sábado nos desplazamos hasta Cantalojas, donde tomamos un café y visualizamos los torreznos que iban a servirnos como motivación durante toda la caminata. A pesar de estar casi en noviembre, la temperatura era muy agradable y pronto empezaron a sobrar las capas invernales que muchos habían preparado. Comenzamos la marcha bajando al puente sobre el río Lillas, para subir más tarde a la Plaza de Toros. La subida, única a lo largo del recorrido, se le atraganta a más de uno, no por la dureza, sino por estar situada al principio del trayecto, sin tiempo para calentamientos. Seguimos caminando por Loma de la Torrecilla, primero por una preciosa senda que discurre entre robles y más tarde por una pista que rodea la zona y aporta las primeras vistas del Hayedo. Nos adentramos en la Senda de Carretas donde hay mucho más trasiego del deseable y varias familias se nos cuelan en la frecuencia de los walkies.
El otoño ha llegado tímidamente al bosque, que todavía amarillea, sin llegar al rojo intenso, que solo se ve en las hojas que han caído ya al suelo. Comemos en la Pradera del Ramo y continuamos la marcha hasta llegar de nuevo al Lillas. El autobús nos espera en el aparcamiento, atestado de coches. Pasan los años y sigue el mismo señor del Centro de interpretación, el que vende su miel y la fuente, que da un agua fresca y clara. Unos cuantos deciden quedarse en vehículo y otros cuantos siguen a la orilla del Lillas, vadeándolo en varias ocasiones. El suelo de la vera del río parece tapizada de un verde espeso y a los lados, un tupido bosque flanquea la vereda. Ocho kilómetros más tarde llegamos al centro de interpretación, donde hay un gran ambiente. El día, espectacular, termina en el bar de Cantalojas, donde comprobamos que el aspecto de los torreznos hace justicia a su sabor… ¡¡impresionante!!. En definitiva, un buen día de campo a la altura de lo esperado, con charlas distendidas, pasos alegres, sonrisas sinceras y ganas de enfrentarnos, dentro de muy poco, a un nuevo reto.