El insomnio
Autora: Belén Gamo Medrano
Vocal de la Sección de Medicina Privada
Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Guadalajara
El insomnio se considera uno de los motivos más habituales de consulta en Atención Primara (AP) siendo el trastorno de sueño más frecuente en la población general.
Afecta con mayor prevalencia a mujeres, pero aparece cada vez de forma más frecuente en varones y en edad infantil, posiblemente relacionado con los hábitos sociales.
Las quejas de algún síntoma de insomnio son más frecuentes en adultos de edad mediana o avanzada, las dificultades para conciliar el sueño son más frecuentes en personas jóvenes y las de mantenimiento en adultos de edad mediana y avanzada.
¿Qué significa dormir mal? Según la clasificación internacional de los trastornos de sueño (ICTS-3), publicada en 2014, el insomnio se define como una dificultad persistente en el inicio del sueño, su duración, consolidación o calidad, que ocurre a pesar de la existencia de adecuadas circunstancias y oportunidad para el mismo y que se acompaña de un nivel significativo de malestar o deterioro de las áreas social, laboral, educativa, académica, conductual o en otras áreas importantes del funcionamiento humano.
Se han descritos varios subtipos clínicos y fisiopatológicos: Trastorno del tipo insomnio crónico (síntomas por lo menos tres veces por semana por un periodo de por lo menos tres meses y que la dificultad para conciliar o mantener el sueño esté asociada a alteraciones importantes durante la vigilia), trastorno del tipo de insomnio de corta duración y otros tipos de insomnio.
En la etiología del insomnio intervienen multitud de causas, esto hace que el tratamiento etiológico requiera un abordaje multifactorial y, por supuesto, individualizado.
A lo largo de nuestra vida el sueño va a sufrir transformaciones, así un bebé duerme 16 horas, a los 9-10 años unas 10 horas y en la edad adulta 7 y 8 horas.
El diagnóstico del insomnio se realiza fundamentalmente en Atención Primaria, basándose en la historia clínica y en la exploración física del paciente. Es fundamental la información proporcionada por el mismo (percepción subjetiva de la dificultad para conseguir un sueño satisfactorio), así como la descripción de un observador externo, testigo de cómo duerme el paciente y del sueño observado, con un registro de variables psicofisiológicas tomado en un laboratorio de sueño, pues debe tenerse en cuenta la posible existencia de alguna causa subyacente que requiera remitir a una unidad del sueño y/o especialista.
Se deben detectar síntomas en la exploración del paciente que orienten el origen del insomnio como pueden ser: nerviosismo, ansiedad, motivos de preocupación personales, familiares, laborales, antecedentes previos de depresión u otros síntomas psicopatológicos, síntomas de piernas inquietas u otros movimientos, cambios en horarios habituales de dormir, ronquidos u otros síntomas de apnea de sueño, antecedentes de abuso de alcohol u otros tóxicos, historia de fármacos actuales, enfermedades médicas concomitantes, entre otros.
Como medida terapéutica inicial y no farmacológica se indica educación en higiene del sueño, basada en una serie de medidas y recomendaciones generales: horarios regulares, condiciones ambientales adecuadas para dormir: temperatura, ausencia de ruidos y luz, colchón… evitar cenas copiosas, evitar ingesta de sustancias con efecto estimulante, como café, té o cola, alcohol y tabaco, permanecer en la cama entre siete y ocho horas, acostarse cuando se tenga sueño, siesta no superior a 30 minutos, ejercicio físico de manera regular, evitar tabletas u otros dispositivos móviles, crear una rutina de acciones que nos ayuden a prepararnos mental y físicamente para ir a la cama, practicar rutinas de relajación antes de acostarse.
La recomendación si no logra relajarse, es que se levante y haga algo poco estimulante, como leer y esperar a tener sueño.