En memoria de Begoña Palomero
Autor: María Luisa Díez, Recordando a Begoña
El pasado 23 de marzo falleció Begoña Palomero, nuestra querida compañera, pediatra en el Centro de Salud Cervantes.
Transcurridas estas primeras semanas desde su muerte, los que hemos compartido vida y trabajo con ella, tratamos de recomponernos del dolor, de la emoción, del impacto de su pérdida. Empieza a acomodarse entre nosotros de otra manera. Ausente, pero siempre presente.
Begoña, adoraba su profesión, sentía pasión por los niños. Varias generaciones han crecido sanos gracias a sus cuidados. Muchos padres se han sentido seguros y confortados por su buen hacer . Ha sido muy emocionante comprobar las muestras de gratitud hacia ella durante su enfermedad y tras su muerte, expresándonos sus condolencias y su pena. En todos ellos deja su legado como pediatra.
Se reconocía como una persona privilegiada y lo expresaba continuamente. Su capacidad de disfrutar, de ilusionarse, solo eran comparables con su tenacidad y fortaleza. Vital, alegre, temperamental, de emociones intensas y contagiosas, como su escandalosa risa que tanto añoramos. Llenaba el espacio con su sola presencia.
Era capaz de aprender y enriquecerse de cualquier fuente, pero su verdadero pilar de donde ella tomaba su energía y su coraje era del inmenso amor que sentía por su familia, Gabriel, Pablo y Fernando. Tres extraordinarias personas en las que volcó su sabiduría, su generosidad y su ternura.
Vivió la enfermedad como no podía ser de otra manera, encarándola de frente. Tenía un cáncer de pulmón, conocía bien su alcance y su gravedad, circunstancia que engrandece todavía más su actitud y sus decisiones. Lo afrontó con todos los recursos y no solamente los tratamientos médicos que seguía a rajatabla. Puso en marcha toda su energía vital, toda su fortaleza emocional y psicológica a favor de la vida. Utilizó todos los conocimientos y experiencias que había aprendido para seguir viviendo hasta el final. Para seguir siendo la persona que era hasta su último momento. Y así nos lo transmitía a los que estábamos a su lado. Begoña supo brillar en la enfermedad, transmitía una luz que al igual que su risa nos contagiaba a todos. Incluso en los momentos más duros, incluso en los momentos de lágrimas y quebranto ¡Begoña brillaba!
La vida y la muerte son misterios que no alcanzamos a comprender y menos aún a expresar con palabras. Es quizás desde el sentimiento más profundo la única manera que podemos atisbar toda su grandeza.
Begoña vivió su enfermedad y su final como una oportunidad de enriquecimiento de su vida, fue haciendo su propio camino.
Nos dejó a todos un legado de serenidad y de saber vivir.