Especial COVID-19: Reorganizar los equipos de trabajo en tiempos de coronavirus: una decisión que salvó vidas
UCI – UVI Móvil
Rubén Viejo Moreno
COL nº192868468
Rubén Viejo es un médico de Guadalajara lleno de vitalidad. Antes de que llegara la pandemia, estaba muy comprometido con la divulgación de las técnicas de RCP entre los más jóvenes, impartiendo charlas en los institutos
para que los chavales aprendieran a reaccionar ante una parada cardio-respiratoria, un proyecto que tuvo que interrumpirse con la llegada del Estado de Alarma y que se retomará el próximo año.
Compagina su trabajo en la UVI móvil con guardias en la Unidad de Cuidados Intensivos en el Hospital Universitario de Guadalajara, por lo que es una de esas personas que han vivido esta pandemia con especial intensidad. Acostumbrado a que sean esporádicos los casos en los que la vida de las personas corre peligro, en el pico de la pandemia la cantidad de personas en una situación crítica subió exponencialmente. Desde que se confirmó el primer paciente con coronavirus, todo fue muy rápido: “fuimos de cero a cien en muy pocos días. Si bien los casos de la UVI móvil se redujeron sensiblemente, la mayor presión se trasladó al Hospital, siendo la Unidad de Críticos quienes nos ocupamos de los pacientes que ya estaban muy enfermos”.
Las noticias sobre el virus empezaron a llegar no solo de China sino de países más cercanos y cuando se empezó a hablar de Italia, la sensación de que la pandemia iba a ser global se instaló en el sentir general: “estábamos todavía satisfechos de haber realizado la primera donación en asistolia pero pocos días después llegó el primer caso, incluso sin ser el paciente tipo, con lo que tomamos conciencia de que este asunto iba a tener más trascendencia”. Rubén Viejo fue el encargado de tratar a ese primer paciente en la UCI con coronavirus, por lo que fue aislado de manera preventiva: “Durante quince días estuve en casa y viví la crisis a través de los ojos de mis compañeros, que me contaban que los pacientes llegaban muy enfermos, que el riesgo de contagio era alto y con el miedo de haberlo hecho yo y poder infectar a mi familia”. A esa incertidumbre se sumaba la ansiedad de no poder ayudar: “mis compañeros estaban pasándolo realmente mal y yo tenía la sensación de estar en el banquillo, sin poder echarles una mano.
No era un problema concreto de respiradores, sino de personal que estuviera pendiente de su funcionamiento: enfermeros, médicos… y de material que no se gasta con tanta frecuencia… fue algo global más que de cosas concretas y que nos obligaron a rediseñar nuestra forma de trabajo”. Cuando Rubén volvió a la UCI, el servicio se había multiplicado, pasando de las diez camas iniciales a más de cuarenta: “incluso en las mismas guardias se compaginaba el trabajo de urgencia con la habilitación de nuevos espacios para ir ingresando pacientes. Hubo que reforzar las guardias con más personal y los pacientes fueron tantos, que el Servicio de Anestesiología tuvo que centrar sus esfuerzos en pacientes de la UCI, haciendo un gran trabajo, por cierto”.
El trabajo en la UVI móvil también cambió en el estado de alarma: “había mucho temor, veíamos el miedo en los rostros de la gente, sobre todo de los más vulnerables.” En los avisos prepandemia había velocidad, intensidad, ruido de sirenas, algo que en época de Covid se unía a los equipos de protección, las pantallas y la dificultad de generar confianza con el paciente: “es muy difícil comunicarse con los pacientes cuando no puedes establecer una mirada, un gesto de compresión…había una barrera importante entre el paciente y los sanitarios que impedía la transmisión de confianza y tranquilidad”.
A los ojos de Rubén, la ciudadanía ha hecho un uso responsable del servicio y ha sentido el cariño de la gente a través de los aplausos, que en algunos casos fueron estremecedores: “recuerdo un día, sobre las doce de la mañana, que fuimos a recoger a un paciente muy malito a las torres de Alamín, que son muy altas. Salieron muchísimas personas a los balcones, aplaudiendo y transmitiendo el agradecimiento a los sanitarios pero sobre todo de ánimo al paciente. Fue muy emocionante”. Los aplausos, que tuvieron un gran impacto en las primeras semanas “cuando más se necesitaban” se fueron diluyendo mientras en las unidades de cuidados intensivos se seguía trabajando a pleno rendimiento. Allí, el trabajo se adaptó a las nuevas necesidades: “el jefe de Servicio, Carlos Marián y el supervisor de enfermería, Pablo Rojo, establecieron grupos para abordar a los pacientes de una manera global, a través de un protocolo riguroso que aseguraba que no se nos pasase absolutamente nada.
Son situaciones de mucho estrés, había muchos pacientes a la vez con medicaciones casi milimétricas y necesidades urgentes”. Sin tiempo para descansar entre situaciones críticas, el busca no dejaba de sonar y había que priorizar entre lo emergente y lo secundario: “escribíamos la historia clínica cuando podíamos, porque en 24 horas no encontrabas ni un minuto para poder sentarte a redactarla.” Y todo esto con un trabajo titánico de Atención Primaria
y el Servicio de Urgencias, nuestro primer muro de contención, quienes filtraron perfectamente los pacientes que debían ingresar y luego un segundo, constituido por Neumología e Interna, que gracias a sus tratamientos redujeron los ingresos en la propia UCI.
De todo esto, Rubén se queda con una reflexión y dos lecciones. La reflexión hace referencia sobre la calidad de la información científica en estos tiempos de pandemia, en los que surgieron un gran número de estudios sobre el uso de determinados fármacos sin el rigor científico esperable de cualquier tipo de investigación: “los médicos nos hemos agarrado a un clavo ardiendo, teniendo que aceptar como válidos estudios científicos difundidos a través de redes sociales que luego no eran tan beneficiosos como se decía, aun así, han salvado muchas vidas”. Una sensación agridulce, en definitiva que nos recuerda que todos podemos ser víctimas del exceso de información o de no filtrarla adecuadamente, uno de los grandes efectos secundarios de esta crisis del coronavirus.
Por otro, una lección fue la de la importancia de la prevención: “es más importante prevenir un fuego que apagarlo cuando ya está encendido. En Medicina debemos adoptar siempre una actitud proactiva en materia de prevención para evitar medidas reactivas cuando el sistema está en riesgo de colapso”. Y la segunda, la del compromiso de los sanitarios de Guadalajara: “lejos de esconderse por el miedo, otros especialistas, enfermería, auxiliares o técnicos, celadores, personal de limpieza etc… siempre ofrecieron su disposición para ayudar. Incluso, aunque suene extraño, la tónica habitual llegó a ser la de cruzarnos por los pasillos y siempre percibir sonrisas de complicidad y apoyo… había un gran espíritu de compañerismo que ojalá, no se pierda”. Aunque nadie quiere pasar una crisis como esta otra vez, lo cierto es que los profesionales coinciden en que si el virus atizara de nuevo, estaríamos mejor preparados para afrontarlo: “a nivel organizativo hemos aprendido mucho, ahora sabemos más de una enfermedad completamente nueva que se comporta de una manera distinta a todo lo que conocíamos anteriormente y empezamos a tener alguna idea firme de cómo frenar y tratar la Covid-19.
Si volviera a pasar, seguramente manejaríamos a los pacientes desde otra perspectiva y con mayor seguridad sobre el papel de algunos fármacos, a la espera de, lo que todos deseamos, la llegada de una vacuna efectiva. Ha sido un trabajo duro físico pero principalmente mental para todos y cada uno de los trabajadores de nuestro Hospital, del cual me encuentro francamente satisfecho”.