Inteligencia emocional: el poder secreto de la familia
Nuestra personalidad es única y diferente al resto, porque somos algo maravilloso, somos personas, no robots. Otra cosa es que existen patrones de personalidad creados por la sociedad con los que nos identificamos o nos identifican otros. Nuestra “forma de ser” es el resultado de un complejo proceso de socialización basado en valores y costumbres a lo largo de nuestra vida, donde nuestra infancia es un momento decisivo y las emociones vividas en ella son determinantes. Las emociones son clave en nuestro comportamiento, el 95% de nuestras decisiones están influenciadas por nuestras emociones. Las emociones “nos mueven” a hacer cosas (e-motions). Las emociones se crean en el sistema límbico del cerebro (zona del inconsciente). Las emociones pueden ser positivas que son muy saludables (alegría, cariño…), negativas (tóxicas) que rompen nuestro bienestar (miedo, rabia, asco…) o ambiguas (sorpresa). Las emociones positivas las deseamos y, además, queremos compartirlas, mientras que las negativas las evitamos.
Con la inteligencia emocional no solo somos capaces de identificar y reconocer nuestras emociones, sino que, además, damos un paso más, podemos reflexionar sobre ellas, regularlas y hacerlas constructivas para crear nuestros pensamientos y, por lo tanto, nuestras conductas. Con la inteligencia artificial hacemos consciente lo emocional, relacionamos dos partes muy importantes de nuestro cerebro, el sistema límbico (inconsciente) con la corteza (consciente). Cuando decimos que un adulto tiene madurez y en un niño no, no solo hablamos de la “experiencia”, también nos estamos refiriendo a la inteligencia emocional, es decir, el “controlar nuestras emociones” usando la “razón”.
La familia es la primera escuela de aprendizaje emocional, que luego se debe continuar con la escuela, siendo muy importante crear la mayor armonía posible entre ambas.
Los modelos de conducta de los niños a veces son copias de la de los padres. Los padres deben ser “emocionalmente inteligentes” para reconocer las emociones de sus hijos, regularlas, orientarlas y así fomentar la autoestima, la motivación, el refuerzo positivo, comprender los límites, ayudar a superar los problemas (no dárselo ya hecho) y evitar la frustración. La envidia es una emoción negativa, ¿no? La envidia en un niño puede llevarle a hacer daño a otro niño o así mismo (sistema límbico), pero si, por lo contrario, le hacemos reflexionar (corteza cerebral) para corregir su comportamiento y orientarlo para poder alcanzar lo deseado, entonces es positiva y muy positiva. Algo motivador es que la inteligencia emocional se puede entrenar y desarrollar, todos podemos trabajarla para dar nuestra mejor versión, deja de usar el “esto siempre se ha hecho así” y libérate del lastre de los “prejuicios”. La inteligencia emocional exige un esfuerzo a los padres, pero merece la pena, lo fácil es imponer, crear un modelo estricto sin capacidad de margen al niño, pero en ese modelo tienes el riesgo de usar dos herramientas muy peligrosas, “el grito” y lo que es peor “la agresión física”.
Por cierto, las emociones se contagian, tanto las positivas, como las negativas. Tú puedes ser el protagonista de crear un buen ambiente a tu alrededor, en tu familia, ¿a qué esperas? Hay una herencia que dejas a tus hijos, que es mucho más valiosa que lo material, y es “tu forma de ser”.
Dr. Alfonso Ortigado Matamala
Médico Pediatra
Jefe de Servicio de Pediatría.
Hospital Universitario de Guadalajara
SESCAM