Obesidad infantil, mucho más que un problema de peso
En nuestra sociedad, hemos pasado de la consulta al pediatra porque “mi hijo no come” a “mi hijo no deja de comer”.
La obesidad consiste en el acúmulo en exceso de tejido graso en el organismo como resultado de un balance energético positivo. Para cuantificar este tejido graso, no basta solo el peso de una persona, también es necesario saber su talla, porque usamos el Índice de Masa Corporal (IMC = Kg/m2).
La OMS define el sobrepeso como un IMC > 25 y la obesidad como IMC > 30. La obesidad infantojuvenil es un problema de salud en nuestra sociedad, por su tendencia ascendente en las últimas décadas (un 30 % de la población pediátrica tiene sobrepeso) y porque, además, persiste en la edad adulta.
Hay varios tipos de obesidad, la más frecuente es la obesidad exógena, por una excesiva ingesta junto con una disminución de la actividad física. Aunque realmente, es mejor denominarla “obesidad poligenética” porque estos factores ambientales actuarían sobre una base genética de cada uno y no todas las personas responden igual.
Hay, además, otros tipos de obesidad, como la obesidad monogénica (mutaciones en la leptina, en los receptores de la leptina o la proopimelanocortina), la obesidad asociada a ciertos síndromes (síndrome de Prader-Willi, síndrome de Bardet-Biedl…) y la obesidad secundaria a enfermedades del sistema nervioso central (hipotálamo) o enfermedades endocrinológicas (síndrome de Cushing, hipotiroidismo…).
Las consecuencias para la salud de la obesidad infantil son numerosas, aumentan las comorbilidades y comprometen la calidad de vida, y son de tipo metabólico (resistencia a la insulina, diabetes mellitus tipo 2, , hiperlipidemia, síndrome metabólico…), respiratorio (síndrome de apnea del sueño, disnea con el ejercicio…), cardiovascular (hipertensión arterial, arteriosclerosis…), gastrointestinal (esteatosis hepática, colecistitis, pancreatitis…), hormonal (pubertad adelantada, acné hirsutismo, alteraciones menstruales…), dermatológico (estrías, forúnculos, acantosis nigricans…), ortopédico (pie plano, genu valgo, epifisiolisis de la cabeza femoral, enfermedad de Blount…), inmunológico (mayor riesgo de infecciones), oncológico (mayor riesgo en el adulto al cáncer de colon, páncreas, mama, ovario…) y psicológico (depresión, ansiedad, ingesta compulsiva…).
El mejor tratamiento de la obesidad infantil es la prevención, ya que una vez establecida es muy difícil tratar, y basado en un tratamiento conductual, promoviendo actitudes positivas en la alimentación y en la actividad física. Las estrategias deben ser conjuntas y compartidas entra la familia, el colegio, los servicios sanitarios y el gobierno. La ingesta calórica debe ser controlada no solo en cantidad, sino también en calidad, con una dieta variada y equilibrada. Se debe limitar el sedentarismo y fomentar la actividad física, pero siempre adaptada a las capacidades del niño con un incremento progresivo. El niño no debe ser castigado a hacer deporte, sino a disfrutarlo, la actividad física tiene una gran diversidad. Y no olvidar nunca cuidar el estado de ánimo del niño, debemos identificar y modificar los pensamientos negativos automáticos y saber recompensar el esfuerzo realizado.
La obesidad infantil es un problema de “mucho peso” para la sociedad y no debemos tomarlo “a la ligera”, ya que es un tema muy serio.
Alfonso Ortigado Matamala
Vocal de Medicina Privada
Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Guadalajara