Tomar el sol: ¿sí o no?
Texto: Juan Urbina, médico de familia
Hoy sabemos que la activación de un gen de las células madre de la epidermis por la radiación ultravioleta solar es la causa más importante de un cáncer muy frecuente en la especie humana: el cáncer de piel. En 1788, el rey Jorge III de Inglaterra no lo sabía y decidió colonizar la recién descubierta Australia con el envío de miles de presos que abarrotaban sus cárceles.
Los médicos que acompañaron a las expediciones pronto descubrieron la fragilidad de la piel blanca de los oriundos británicos ante la exposición solar de esas latitudes, donde apenas sobrevivían unos miles de aborígenes de piel muy oscura, describiendo la queratosis actínica o lesión precancerosa de la piel que hoy es la lesión que más afecta a la humanidad. Hoy el 60% de la población mayor de 40 años del estado de Queensland de Australia padece al menos una lesión precancerosa.
Los mecanismos adaptativos de la piel-aumento de la melanina-son muy lentos y muy heterogéneos para constituir un filtro natural para la radiación solar. Sin embargo, el comercio mundial, el turismo, la emigración y las modas están aumentando la exposición solar de personas frágiles, provocando que la incidencia del cáncer de piel se haya multiplicado por cinco desde el año 1975, a pesar de la invasión del mercado por las cremas de protección solar.
Nuestra vida, sin embargo, depende totalmente de la luz del sol. En 1922 los médicos que trataban la Tuberculosis y el Raquitismo comprobaron que la exposición al sol de los pacientes mejoraba la evolución de la enfermedad. McCollum demostró poco más tarde la existencia de la VITAMINA D como una sustancia producida en la piel por el efecto de la radiación solar y fundamental en el metabolismo óseo. Pero hoy sabemos que no solo es un elemento esencial en el metabolismo mineral sino que interviene en la función muscular de tal manera que su ausencia se relaciona con caídas, especialmente en ancianos. Y no solo eso, hay estudios observacionales y experimentales en marcha que relacionan la ausencia de vitamina D con la aparición de Diabetes II, Cáncer, Obesidad y la de enfermedades autoinmunes tan frecuentes como la Diabetes I o la Esclerosis Múltiple.
Lo cierto es que receptores a la vitamina D hay prácticamente en todos los tejidos de nuestro cuerpo y que su carácter protector está ligado a su intervención en la expresión génica de 66 genes y en la regulación de otros 17 que intervienen en la inmunidad, en la respuesta al estrés y en la capacidad de reparación del ADN lesionado.
Pero en la medida que avanza la investigación en las últimas décadas se ha notificado también la existencia de una carencia de vitamina D en la población mundial. La Clínica Mayo (USA) ha revisado todas las publicaciones al respecto y ha encontrado que la mitad de la población mundial carece de vitamina D. Pero no solo los que viven por encima o por debajo del paralelo 35, sino los que habitamos en zonas más soleadas (Islas Canarias el 32.6 de los estudiantes, Córdoba el 65% de las mujeres en primavera).
La escasa presencia de vitamina D en alimentos-yema del huevo y pescados azules- ha llevado a algunos gobiernos a fortificar alimentos como la margarina y los zumos (Canadá, Inglaterra, USA) aún con los riesgos que comporta tener un exceso o intoxicación. Pero aun así es difícil de paliar la epidemia de carencia de esta vitamina sino es con la exposición solar que es natural, gratis y disponible durante mucho tiempo.
Parece clara la recomendación de la exposición al sol pero con la dificultad de establecer la dosis adecuada.
El signo de agresión solar a muestra piel es el discreto eritema, el enrojecimiento que aparece después de un tiempo de exposición directa. Se considera que con el 25% de ese tiempo sería suficiente, dada la idiosincrasia de cada persona, para conseguir vitamina d sin lesión. Esto supone aproximadamente de 10 o 15 minutos. Por tanto tendríamos que saber cuántos momentos de exposición necesitaríamos semanalmente para cubrir nuestras necesidades de vitamina D sin agredir nuestra piel, que por otra parte ya sabemos que es muy sensible.
Las necesidades de esta sustancia dependen de la presencia de obesidad – puesto que esta vitamina se almacena en la grasa y no resulta activada para su función- , también depende del color de la piel porque pieles oscuras filtran la radiación, dependen de la edad puesto que se ha comprobado que cuanto más mayores somos más vitamina D necesitamos y por último también depende de la inclinación de los rayos solares, o sea, de la latitud en donde realizamos la exposición.
En Boston, por ejemplo, personas de piel blanca con pantalón corto y camiseta de manga corta con tres exposiciones semanales de 10 – 15 minutos serian suficientes para conseguir niveles en sangre de la vitamina. Siempre sin llegar a producir una irritación, enrojecimiento mínimo o eritema.
Por tanto, sol si, en muy poca cantidad, varias veces por semana y prolongadamente durante toda la vida. Cuanto más mayores, más morenos y mas sobrepeso tengamos, más momentos de exposición necesitaríamos.