Vacunas: Las dos caras del Miedo
Fdo. Elena López Sanz Medicina de Familia y Comunitaria Pediatra de Atención Primaria. Consultorio local de Villanueva de la Torre. (Publicación 12/06/2015)
Cuando hace casi dos siglos Jenner comenzó a desarrollar su vacuna contra la viruela, existía el miedo a esta terrible enfermedad, que diezmaba poblaciones enteras, dejando importantes secuelas en aquellos que sobrevivían a la enfermedad. Este miedo consiguió que la lucha contra la enfermedad obtuviera un éxito sin precedentes con la obtención de las primeras vacunas, y su aplicación generalizada. Años después de aquel hallazgo se consiguió la erradicación completa de la enfermedad.
En la era de la Información (o desinformación, según se mire), el enemigo ha cambiado, ya no es la enfermedad. Y no lo es porque hemos perdido el miedo, porque muchas de las enfermedades de las que podemos vacunar a nuestros hijos, son solo una referencia en los libros de historia, un mal recuerdo para algunos, ya mayores, de los estragos de la enfermedad. Incluso para los profesionales que atendemos a los niños a diario. Palabras como Polio, Difteria o Tétanos, solo representa una pequeñísima parte de nuestro ejercicio profesional, la que está incluida en las vacunas que aplicamos a diario, pero no en nuestros “diagnósticos diferenciales”. Todo gracias a la lucha de muchos, durante años, gracias a los que desarrollaron las mejores vacunas posibles, con los mínimos efectos secundarios, más eficaces y versátiles, gracias a los que desarrollaron políticas de vacunación universal, cuanto más fácil acceso mejor, cuantos más mejor (como individuos y como colectivo), y a los que tratamos de resolver dudas, problemas y miedos respecto a la vacunación, para que sea una práctica universal, por nuestros pacientes, por todos los niños.
Ahora el miedo es hacia el propio arma que nos proporcionamos, las vacunas. Sus posibles efectos adversos, amparado en estudios, mayoritariamente carentes de fundamento, cuando no manifiestamente falsos como el caso del Dr. Wakefield y su nefasto estudio en el que relacionaba el autismo con la administración de la vacuna triple vírica (sarampión, paperas y rubeola). Este trabajo tuvo un gran impacto y dio alas al movimiento antivacunas, que promueve la no vacunación de niños y adultos en aras de una libertad, que parecen obviar respecto al conjunto de la población a la que también afecta su decisión.
Porque no vacunarnos (a nuestros hijos y a nosotros mismos) conlleva una serie de consecuencias y riesgos que es necesario analizar y tener muy en cuenta antes de tomar cualquier decisión al respecto. ¿Por qué debemos vacunarnos? Para protegernos de múltiples enfermedades infectocontagiosas, potencialmente graves y en algunos casos, letales. Además para proteger a todos aquellos que por diversas razones de edad o enfermedad, no pueden vacunarse, y pueden beneficiarse del efecto rebaño (una elevada tasa de vacunación evita la libre circulación de la enfermedad, y por tanto el riesgo de contacto de aquellos más desprotegidos). Este efecto, tan beneficioso a priori, ha fomentado la conducta de no vacunación, porque muchos que han tomado esta decisión, se han visto amparados por este paraguas, y han pensado, como desgraciadamente los padres de Olot, cuyo hijo ha sido el primer caso de Difteria en 28 años, que sus hijos estaban libres de posible enfermedad. La realidad ha cambiado esa percepción. De la peor forma posible.
Existen múltiples asociaciones que fomentan ese miedo a las vacunas, manipulan la información y se basan en hechos no probados para justificar su opción de no vacunar. Podemos intentar defendernos de esto, a través de múltiples estudios científicos, con miles de casos estudiados, publicando y siguiendo los posibles efectos adversos de las vacunas, concluyendo claramente que su uso está plenamente justificado. Pero el problema no es la ciencia. La ciencia es cierta tanto si se cree como si no. El problema es la creencia, los actos de fe de muchos que siguen ciegamente una opción egoísta hacia los demás e irresponsable hacia nosotros mismos, la de no vacunar. Por eso nuestras armas contra el miedo deben cambiar como el miedo ha cambiado de lado. Contra el miedo era la enfermedad y creamos las vacunas, contra la fe ciega debemos dar argumentos de reflexión, buena información frente a la desinformación de todos aquellos que se enfrentan a la decisión de vacunarse. Esta es la nueva lucha. La (buena) información es nuestra mejor vacuna. Usémosla.