¿Ya no se operan las anginas?
Dr. D. José Ramón Jiménez Redondo, Médico de Familia y presidente de la Comisión Deontológica del Colegio de Médicos de Guadalajara, (Publicación 13/12/2013).
Aún recuerdo cuando éramos niños y nos poníamos “malitos”, a pesar de que ya hace un tiempo de esto. Estar “con anginas” suponía sufrir casi con toda seguridad una serie de jeringazos de penicilina durante una semanita, que luego recordábamos con horror, por el dolor que suponía.
Recuerdo esa preparación a modo de ritual con la que el practicante preparaba las jeringas de cristal y agujas metálicas reutilizables que se introducían en baño de alcohol braseado con esa llama azulona y con un olor dulce que te iba poniendo los pelos de punta porque sabias, sin ninguna duda, que era para ti y que aunque montaras “un Cristo” te la ponía seguro.
Si esto se repetía varias veces seguidas, lo siguiente era ir al Otorrinolaringólogo (ORL), porque casi seguro que no te librabas de la susodicha operación de anginas, a la que tanto miedo teníamos por las historias que algún compañero de clase operado nos había contado. En nuestra imaginación, la operación de anginas era para morirse: era todo en vivo y con unas tenazas te arrancaban las amígdalas con la hemorragia consecuente. Todo este trabajo para muchas veces seguir teniendo en lugar de amigdalitis o “anginas” una buena faringitis o en otros casos peores una bronquitis aguda o incluso una neumonía. Así pues los antecedentes quirúrgicos personales habituales de esa época hasta hace unas décadas era haber padecido de una amigdalotomía o tonsilectomia y una apendicetomía por que antes era así.
Hoy en día, tras la mejora de la galénica de los antibióticos, es decir, con la posibilidad de tomar por vía oral las medicinas en vez de obligatoriamente por vía parenteral (intramuscular o intravenosa), “tener anginas” ya no es tan grave. Además, aunque extirpar las amígdalas era algo muy habitual, no se ha demostrado que esta cirugía haya mejorado la salud de la mayoría de la población a la que se sometió a este tipo de intervención quirúrgica sino al contrario puesto que al disminuir la barrera defensiva que suponen las amígdalas, el paciente se podía enfrentar con infecciones a un nivel más bajo en el árbol respiratorio y en lugar de padecer infecciones altas (anginas) nos encontramos con esas otras ya mencionadas (faringitis, bronquitis, etc…)
Es por ello que esta cirugía se ha limitado mucho y ahora sólo se recomienda a aquellos niños que sufren ataques frecuentes y severos de amigdalitis que puedan afectar la salud del niño o que interfieren en la vida normal escolar, afectando a la audición o a la respiración.
Por lo general, solo se recomienda en casos en que el niño sufre más de 5 casos de amigdalitis agudas al año en un lapso de tiempo superior a 2 años. También se puede recomendar en casos en que haya obstrucción de la parte superior de las vías aéreas debido a la hipertrofia o agrandamiento exagerado de las amígdalas, o en los casos en que estas amígdalas presentan abscesos recurrentes, es decir, infecciones locales tremendas, lo cual supone en sí mismo un grave problema.
Por supuesto, todo esto ha de ser valorado por el otorrinolaringólogo que de forma individualizada valorará la conveniencia de realizar esta cirugía.
Actualmente son pocas las personas que se someten a este tipo de intervención dado que su práctica, que en el pasado fue excesiva, no demostró una mejora de la salud en general de la población.